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A pedido del público, la institucionalización del atraso intelectual

Hacia una Reforma en el Plan de Estudios
QUEREMOS MÁS ARGENTINA Y LATINOAMÉRICA EN EL PLAN DE CIENCIA POLÍTICA
Y MÁS CARRERA EN LA POLITICA DE NUESTRO PAIS.


ESPACIO ABIERTO POR LA REFORMA



La última década ha significado una profunda redefinición de los parámetros que orientaron la práctica y el pensamiento político de fin del siglo XX, tanto a nivel nacional, como regional e incluso mundial.
Las transformaciones a nivel global, durante la década iniciada con el atentado a las Torres Gemelas y que culminó con una de las mayores crisis económicas registradas, con epicentro en los países del Norte, indican el deterioro de la unipolaridad y una profunda reestructuración del poder mundial, lo que constituye un desafío histórico para los países del Sur.
A nivel regional, la anticipada crisis del capitalismo neoliberal constituyó el marco para la emergencia de un escenario postneoliberal, basado en la recuperación del rol del Estado como eje del desarrollo equitativo, por parte de gobiernos comprometidos con los movimientos populares emergentes en las décadas previas.
En la Argentina, este proceso significó, a partir del año 2003, el cuestionamiento a un modelo de Estado cooptado por las corporaciones y la definición de reformas tendientes a la regeneración del tejido social y a la ampliación de derechos, no sólo de los sujetos marginados durante la década neoliberal, sino también de un conjunto de nuevas subjetividades sociales y políticas como se manifiesta en la sanción de la ley de matrimonio igualitario o de la ley de servicios de comunicación audiovisual.
Tanto en la Argentina como en Latinoamérica, la revisión de las políticas neoliberales ha significado también la recuperación del rol de la política como herramienta de transformación y articulación social, por sobre las perspectivas que, desde la izquierda o desde la derecha del arco liberal, deploraban no sólo la necesidad de la intervención estatal, sino también el rol constitutivo del conflicto político para las sociedades democráticas.
La convergencia de estos fenómenos se nos presenta, entonces, como una ruptura epocal, como una coyuntura crítica que nos interpela como cientistas sociales y nos obliga a repensar con sentido crítico las categorías desde las cuales practicamos la disciplina; revalorizando ideas del pasado sepultadas en la oscura década neoliberal y formulando marcos interpretativos innovadores para aprehender el significado de nuestro presente.
¿Cómo es posible que las grandes y complejas estructuras que actúan y definen la identidad de un país hayan cambiado más que los contenidos y pedagogías de una Carrera de Ciencia Política surgida para reflexionar y para incidir en los pliegues de esa realidad?
Retumba como reproche el Manifiesto del movimiento estudiantil universitario de 1918 que, en la pluma de Deodoro Roca, denunció el anacronismo y aquél “triste espectáculo de una inmovilidad senil” refugiada en un “alejamiento olímpico”.
¿Cómo no sentirnos interpelados?  Es por lo menos paradojal que se reafirme el statu quo cuando la actual curricula -reconociblemente situada en las cuestiones de una época, la de la transición democrática- es el mejor aval a lo que demandamos: una correspondencia conceptual siempre crítica entre ciencia y política, en las coordenadas de tiempo y espacio, y atenta a las relaciones de fuerza en la sociedad y el Estado.
La persistencia del Plan, a riesgo de conducirnos a una arqueología de instituciones y a condenarnos a la irrelevancia profesional, actúa en desmedro de una necesaria recepción de nuevas preguntas y diferentes problemas, y termina por invisibilizar lo que el actual contexto y el sujeto popular nos reclama como cientistas sociales.
La fluidez de este escenario y sus desafíos para las ciencias sociales han obligado al desborde y a la dislocación de los marcos disciplinares. En efecto, ha sido a partir de estrategias inter o transdisciplinarias que se han desarrollado teorías o estudios con capacidad de interpretar la especificidad de los acontecimientos políticos contemporáneos. Sin embargo, la carrera de Ciencia Política de la UBA, la principal y más prestigiosa del país, parece detenida en el tiempo, con un plan de estudios nacido con el regreso de la democracia, y con la existencia como último proyecto de reforma del “Informe Lanzaro”, de 1998, el cual respondía parcialmente al espíritu de una época agotada, e intentaba replicar los diseños curriculares de las universidades norteamericanas y europeas.

En este marco, mientras el país ha avanzado en esta década ganada para el conjunto de la sociedad, la carrera, bajo la hegemonía de los mismos que hoy la conducen, ha quedado inmóvil, inmutable. Ante esto, nosotros decimos, tal como planteaba Mariategui, que nuestra acción nunca debe ser “Ni calco, ni copia, sino creación heroica”, capaz de entender nuestra propia realidad hundiendo su mirada en lo más profundo de nuestra historia y proyectándose al futuro a partir de conceptos acuñados con el objetivo de ser usados como instrumentos de liberación.
Así como hoy se cuestiona el plan de estudios de la carrera de Economía, dando allí un debate fundamental sobre el modelo de desarrollo económico que se planteará como hegemónico de cara al futuro, dar el debate sobre la Ciencia Política es imprescindible para resignificar nuestra propia práctica política a la luz de los intereses populares y problematizar aspectos hoy olvidados o construidos como negativos.
Propiciamos una discusión abierta a todos y todas. Queremos escuchar porque también tenemos mucho para decir y porque asumimos nuestra voluntad de resignificar nuestra propia práctica política a la luz de los intereses populares que nos mueven.
Un debate profundo sobre la actualidad de nuestra Carrera de  Ciencia Política es tan imprescindible como impostergable.

Queremos más país en la Carrera y más Carrera en el país.

   En este contexto, proponemos algunos ejes para la discusión:

1) Pensar la Carrera en el debate epistemológico sobre la disciplina

Desde fines del siglo XX todas las disciplinas sociales se han enfrentado a la recurrencia del debate sobre la validez del objeto de estudio y de los métodos para abordarlo. En lo que suele llamarse el mainstream de nuestra disciplina (especialmente en la ciencia política norteamericana) esos debates se limitan a sofisticar el paradigma positivista (en variaciones conductistas o sistémicas), excluyendo de los márgenes de la disciplina a aquellas perspectivas teóricas innovadoras. Esta crítica no es nueva: desde la tradición europea continental la formuló Giovanni Sartori hace casi diez años, en un reconocido artículo denominado “Hacia dónde va la Ciencia Política”, desde el cual reaccionó ante la aridez de la academia norteamericana recomendando usar la lógica al pensar, pero pensando antes de contar.
No es que la tradición comparativista europea pueda mostrar mayores resultados: se ha vuelto evidente la ausencia de una nueva generación de estudios politológicos que renueven los marcos disciplinares, y quienes se han aventurado en esa dirección lo han hecho desbordando los estrechos límites de la política comparada.
El debate sobre los límites de lo que es y lo que no es la Ciencia Política (o, lisa y llanamente, de lo que es y no es discurso científico) no se limita a los centros de investigación del Norte, sino que nos atraviesa cotidianamente en nuestra práctica científica y nos obliga a pensar, desde nuestra situación, estrategias metodológicas que articulen diferentes métodos y al mismo tiempo postulen la especificidad de nuestro objeto de estudio y modo de abordarlo.
Dentro de nuestra facultad, la ausencia de un debate en el cual procesar dichos ensayos de innovación metodológica deriva en muchos casos en formas de censura, sostenidas en la reproducción acrítica de marcos interpretativos fosilizados.
Ello no nos afecta exclusivamente en calidad de estudiantes, investigadores o docentes, sino que limita nuestra capacidad de interpretar nuestro presente con un vocabulario propio. El monopolio epistemológico de un conjunto de metodologías (en general, basados en el método comparativo, en perspectivas institucionalistas y en técnicas cuantitativas) excluye la potencia de la filosofía política y constriñe la construcción de aproximaciones que articulen la sociología, la etnografía o la economía. Ello delimita un espacio muy acotado para aprehender la complejidad de los fenómenos políticos y para abordar críticamente, desde su polisemia, conceptos clave como democracia, representación, estado o poder; obturando la potencia de nuestra disciplina para aportar al desarrollo político y social.

2) Fortalecimiento del enfoque latinoamericano de la carrera

En este mismo marco de debate entre lo que es ciencia y lo que no, los centros productores de conocimiento imponen sobre las naciones periféricas, sus construcciones conceptuales, embelleciéndolas con becas, pasajes y congresos, como regalo accesorio para sus seguidores nativos. Esta arraigada tradición ha llevado a la Ciencia Política a mirar con lentes ajenos su propio contexto. Así fue como a los gobiernos transformadores, nacionales y populares, se los definió bajo el mote de populismo, dotando al concepto de pueblo de una negatividad realmente escandalosa. La matriz dominante se extiende en la periferia y coloniza la mirada. Así,  desde esos lugares se nos parece decir: las realidades deben ajustarse a las lentes y no las lentes a lo que nuestros ojos quieren ver
Evitar estas trampas es una de las tareas del presente, reivindicando el pensamiento nacional, popular y latinoamericano como parte fundante de nuestra disciplina. Mariano Moreno, Castelli, Martí, Mariategui, Linera, Ramos, por citar solo algunos nombres, deberían ser para un politólogo referentes centrales de su formación como hoy lo son Marx, Weber o Sartori.
Por ello, proponemos reforzar la mirada latinoamericanista a lo largo del conjunto de la cursada, convirtiendo este sesgo en el carácter distintivo de nuestra currícula. En este sentido, proponemos la incorporación de Teoría Política Latinoamericana, en el cuerpo central; la transformación de la orientación Política Latinoamericana, en Política Argentina y Latinoamericana, y la construcción de una cabecera obligatoria para dicha orientación.

3) Gobierno y políticas públicas

Un tercer punto a tratar, es el de la orientación de Administración y políticas públicas. La propia palabra Administración presupone la idea de una gestión neutral, “apolítica” del aparato del Estado. Esta falacia, tan de moda en los ’90, cuando se creo la orientación, se demostró ocultadora de una realidad donde los poderes fácticos controlaban el aparato estatal. Por ello, preferimos la denominación Gobierno, para enfatizar el carácter político de dicha administración.
En este marco, el nuevo Estado nacido en el 2003 de la mano de Néstor Kirchner, hoy solidificado, adolece aún de funcionarios capaces de construir y gestionar políticas. En este punto, la carrera de Ciencia Política debe poder dar cuenta de esta demanda formando profesionales capaces de cumplir este rol técnico – político. Sin dudas, no le cabe a la Universidad, formar militantes de tal o cual corriente, pero sí incorporar en la mirada de sus egresados, la importancia de la mirada política a la hora de conducir el aparato estatal.
Ideas y propuestas las anteriormente expuestas que proponen comenzar a plantear nuevas líneas para un nuevo Plan de Estudios, que expresa su nueva lógica en la construcción de un modelo de formación diferente, tal como se expresa a continuación

4) Recuperación del vínculo entre la carrera y los espacios de investigación

El último punto refiere a la recuperación del vínculo entre los espacios de investigación y el postgrado con la currícula de la carrera. Si bien este punto no atañe directamente al Plan de Estudios, se plantea como un eje necesario para pensar la relación que debe existir entre la producción y la trasmisión de pensamiento con las actividades de docencia y de extensión. Hoy la actividad de investigación en el marco de la carrera se encuentra totalmente coartada por la falta de una actitud activa por parte de la Dirección de la misma, capaz de tender puentes no solo hacia la investigación sino que de generar espacios de encuentro entre los propios docentes, de manera tal de que puedan compatibilizar los contenidos dados en cada una de las asignaturas, en vistas a lograr una lógica incremental del conocimiento.
Asimismo, este punto plantea el debate sobre la formación que ofrece la carrera en relación a la investigación, que sin dudas es limitada. La predominancia del enfoque enciclopedista y la limitada presencia de herramientas que tiendan a formar a lo/as estudiantes en la actividad de investigación científica constriñe la posibilidad del ejercicio de varias de las incumbencias profesionales de los graduados en Ciencia Política. Todo plan de estudios en una institución universitaria, en tanto espacio de reflexión crítica y construcción de conocimiento por excelencia, debe asumir la formación en investigación como uno de sus ejes centrales. No hacerlo es desconocer una de las misiones de la universidad, lo que conlleva consecuencias peores para una universidad pública, productora y movilizadora de conocimiento público.
Por lo tanto, el fortalecimiento de nuestras capacidades en relación a estos puntos, aún para aquellos que no planteen su desarrollo profesional vinculado a tareas de investigación académica, constituye igualmente un eje nodal a debatir de cara a la construcción de una nueva estructura curricular, coherente con todos los objetivos de la formación, plasmados en el perfil propuesto.

  
Propuesta Perfil

El licenciado en Ciencia Política es un profesional capacitado para interpretar escenarios, procesos y fenómenos políticos, y para intervenir en la realidad social a través de la formulación e implementación de políticas.  Su formación teórico-metodológica le permite abordar los fenómenos políticos desde una perspectiva amplia, interdisciplinaria y crítica; mientras que su formación específica en las técnicas propias de la disciplina le permite desarrollar sus incumbencias profesionales con conocimientos sólidos y rigor metodológico.
En este sentido, el licenciado en Ciencia Política está capacitado para las siguientes tareas:

1.    Análisis de coyuntura política nacional e internacional
2.    Análisis comparado de diseños institucionales
3.    Docencia e Investigación en temas de su incumbencia profesional
4.    Formulación de diagnósticos sobre procesos políticos
5.    Interpretación de datos estadísticos, de opinión pública y de tendencias electorales
6.    Diseño, implementación y evaluación de políticas públicas
7.    Diseño, implementación y monitoreo de proyectos socio-comunitarios.
8.    Diseño de estrategias políticas
9.    Asesoramiento a decisores en las ramas ejecutiva y legislativa
10. Asesoramiento a gestores en los niveles nacional, subnacional o supranacional sobre procesos de implementación de políticas
11. Gestión pública
12. Consultoría a organismos no gubernamentales
13. Coordinación de equipos interdisciplinarios para la formulación de políticas públicas desde una perspectiva integral
14. Análisis de comunicación y discurso político, diseño de campañas electorales y asesoramiento a dirigentes políticos en estrategias comunicacionales

Dichas tareas pueden desempeñarse en el marco de la administración pública, en el poder legislativo, en organismos internacionales, en partidos políticos, organizaciones no gubernamentales, empresas privadas, medios de comunicación, universidades, organismos de ciencia y tecnología.